Así las cosas, con la gentrificación

El pasado viernes 4 de julio se llevó a cabo una marcha contra la gentrificación en el Parque México de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, donde se manifestaron diversos colectivos y vecinos para hacer patente su descontento con este fenómeno urbano que ha venido afectando a diversas zonas de la capital del país. Pero vayamos despejando algunos puntos importantes del tema, para lo cual es necesario comenzar por definir el término.
La gentrificación es un neologismo derivado del inglés “gentry”, con el que se hacía referencia a la clase social compuesta por la baja y media nobleza, propietaria de tierras consideradas “no nobles”. El término ha evolucionado rápidamente para designar la renovación de barrios populares a través de la llegada de inversionistas y personas con mayor poder adquisitivo, lo que suele resultar en el desplazamiento de los vecinos originales.
A simple vista, este fenómeno se vuelve socialmente visible con el surgimiento de cafés orgánicos, boutiques, espacios de “coworking” y un aparente desarrollo económico que, en realidad, termina por no beneficiar a los residentes históricos de la zona. Esto se debe a que el aumento del valor de las viviendas y de las rentas trae consigo un cambio en el perfil demográfico, debido al desplazamiento de las clases populares que no pueden costear los nuevos precios. Con este desplazamiento, el tejido social se debilita y el carácter comunitario se pierde, generando una erosión tanto cultural como económica.
Es importante aclarar que el desplazamiento suele ser forzado debido a dos grandes razones: la primera es el aumento en las rentas, y la segunda es la desaparición de los negocios que fortalecían la vida comunitaria, los cuales son reemplazados por comercios con precios inaccesibles para la vida diaria. Todos estos fenómenos generan una segregación económica y cultural: quienes no pueden pagar quedan marginados de su entorno tradicional.
Dos colonias de la Ciudad de México han sido particularmente afectadas por la gentrificación: la Condesa y la Roma. La manifestación que se llevó a cabo el viernes pasado se decantó por la Condesa porque permite visibilizar directamente los efectos del proceso: rutas comerciales saturadas, edificios con usos distintos a los tradicionales y, sobre todo, la pérdida del sentido comunitario del barrio.
Si bien es necesario aceptar que hubo desmanes con los que nadie está de acuerdo y que lamentamos profundamente, también es cierto que no se puede negar que la gentrificación ha traído consecuencias negativas para el estilo de vida que caracteriza a las clases populares de nuestro país.
El sentido de la manifestación tenía que ver con el rescate de las tradiciones culturales mexicanas. Hubo una concentración en el Foro Lindbergh del Parque México, identificado como uno de los espacios icónicos de la colonia. El Foro sirvió de plataforma para que vecinos expusieran experiencias de desplazamiento, manifestaciones de arte urbano y expresiones culturales que han sido forzadas a desaparecer del ambiente comunitario.
Es evidente que existió un componente anticolonial y anti-turismo entre los manifestantes, el cual sirvió para enfatizar la lucha contra el despojo urbano y contra plataformas como Airbnb, que han elevado artificialmente los precios por encima del valor real de bienes y servicios. Sin embargo, considero que las manifestaciones deben mantenerse dentro del orden cívico. Las afectaciones a la propiedad privada no pueden ser toleradas ni, mucho menos, promovidas, ya que ello afecta la naturaleza pacífica que da validez a una demanda social.
Los medios registraron agresiones a turistas, vandalización de comercios y propiedades habitacionales —principalmente pintas—, lo que obligó a las autoridades a reaccionar públicamente, condenando la gentrificación, pero también los actos violentos de la manifestación.
No podemos considerar positivo un desarrollo económico que termina por expulsar a las personas de su entorno natural. Si no se regulan los efectos de este fenómeno y no se protege el derecho a la ciudad, los barrios dejarán de ser comunidades vivas para convertirse en escaparates sociales de una cultura ajena.
Armando Cabada / Analista