La trumpiana broma de mal gusto: Que México sea un estado norteamericano
Le falta un mes para asumir la presidencia de Estados Unidos, y el presidente electo ya tiene una nueva ocurrencia: que Canadá y México se conviertan en un estado norteamericano, el 51 y el 52, respectivamente.
Debió ser una broma de mal gusto. Sin duda, lo es. De otra forma no se entendería cómo es posible que un hombre tan poderoso, tan inteligente para hacer negocios y convertido ahora en el líder más influyente del mundo, genere una polémica de ese tamaño.
Bueno, de hecho, lo logró. Los medios del mundo, las columnas más leídas de gran parte del territorio norteamericano, de México y por supuesto las canadienses, rindieron cuenta del comentario que Donald Trump expresó en una entrevista con la cadena NBC, el domingo antepasado.
No es la primera vez que el señor Trump hace el comentario. Unas semanas antes, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, recibió esa broma del electo presidente de Estados Unidos, de convertirse en el estado 51 de la unión americana.
Pero ahora ya “sumó” a su territorio a México, en una expresión que en cuestión de minutos le dio la vuelta al mundo, generando, primero, carcajadas políticas y, después, la irritación como forma de rechazo. Es evidente que se trata de una campaña de presión para que ambas naciones, que conforman junto con Estados Unidos el T-MEC, hagan caso de sus exigencias.
Harto mencionadas ya: el freno de la migración ilegal hacia territorio estadounidense y la indiscriminada embestida de drogas hacia ese país; lo que el mandatario de Estados Unidos no dice, es que mientras haya una alberca, habrá trampolín, en el caso concreto del narcotráfico.
Pues el señor Trump revela que su país subsidia a Canadá anualmente con mil millones de dólares y a México con 300 mil mdd, lo que, dice, le da el derecho de exigir condiciones -quizá tenga razón en una parte de sus demandas-, pero de ahí a que quiera agregar ambos territorios al suyo, hay una enorme distancia.
Primero, porque son naciones soberanas y, segundo y no por último, no se trata de un embargo; recordemos que cuando se embarga a un país, se restringen o prohíben actos y transacciones legales en el comercio exterior del país afectado. Que sepamos, no existe una condición en ese sentido, no al menos para México.
Lo hemos comentado en otras ocasiones recientes en este espacio: el presidente Trump confía en sus amenazas de instaurar aranceles a productos de importación mexicanos, con el 25% de arancel, lo que colocaría en una situación muy complicada a los exportadores.
Pero lleva consigo dos condiciones: que México frene el flujo migratorio y, dos, que ponga un alto a lo que él llama la indiscriminada oleada de drogas hacia su territorio. No está muy alejado de la realidad cuando exige ambas cosas, pero de ahí a querer embargar al territorio completo, junto con Canadá, suena un tanto descabellado.
Los mismos medios estadounidenses han catalogado esa expresión como una broma pesada, tanto, que evidentemente generó una reacción obvia del Gobierno mexicano, cuando la presidenta Claudia Sheinbaum dijo que dejaría la comunicación mediática para abrir los canales apropiados de negociaciones a través de las cancillerías.
Textualmente, así fue la declaración del presidente electo: “Estamos subsidiando a México por casi 300 mil millones de dólares. No deberíamos… ¿Por qué subsidiamos a estos países? Si vamos a hacerlo que se conviertan en un estado. Estamos subsidiando a México, a Canadá y a muchos países de todo el mundo. Y lo único que quiero es tener un campo de juego parejo, rápido, pero justo”.
De forma reiterativa en esa entrevista, Trump mencionó sus promesas de sellar la frontera entre Estados Unidos y México y deportar a millones de personas que se encuentran ilegalmente en Estados Unidos a través de un programa de deportación masiva.
En dicha entrevista se le preguntó sobre el futuro de las personas que fueron traídas al país ilegalmente cuando eran niños y que han estado protegidas de la deportación en los últimos años. Trump dijo: “Quiero resolver algo”, indicando que podría buscar una solución con el Congreso.
Y luego dio la estocada: “No quiero separar a las familias de estatus legal mixto, así que la única forma de no separar a la familia es mantenerlos juntos y enviarlos a todos de regreso”. Está hablando de deportar a familias enteras, porque, de acuerdo con su buen corazón, las familias no deben ser separadas y como no las va a tener en Estados Unidos, las quiere regresar a sus países de origen.
Hace un par de semanas escribimos en este espacio que miles de mexicanos amanecerán el 21 de enero con el Jesús en la boca, porque es incierto su futuro por la amenaza de ser deportados. Ahora, ante la advertencia de que Canadá y México debieran -por los subsidios que reciben- ser los estados 51 y 52 de Estados Unidos, salta la pregunta: ¿Nos van a poner en Chihuahua, Monterrey, el DF, o en Torreón, Tijuana o Cancún, un parque de diversiones Disney?
¿Acaso todos los mexicanos seremos desde muy pronto estadounidenses? Y si es así, entonces ¿para qué diablos quiere el señor Trump deportar a nuestros paisanos si de todas formas serán ciudadanos norteamericanos? Muy buena broma trumpiana. Al tiempo.
Fuentes de consulta: Diario MX, Milenio, NBC News
José Luis García