Juicio Político

¿Prohibir la comida chatarra en las escuelas es la solución?

Desde ya, en todas las escuelas de México ha entrado en vigor la prohibición de la venta y consumo de comida chatarra en los planteles educativos. Como diría don Armando Fuentes Aguirre: “Por eso aplaudo y con ambas manos” porque sin duda, es una medida que parte de una preocupación legítima: los altos índices de obesidad infantil en nuestro país. Sin embargo, ¿es realmente la mejor manera de abordar el problema?

Como docente y estudiante de psicología, creo que este cambio pudo haberse implementado de manera más efectiva si hubiera sido gradual y acompañado de educación tanto para maestros como para padres y alumnos. Más que satanizar ciertos alimentos, el enfoque debería centrarse en enseñar qué significa realmente una alimentación saludable.

Ser saludable no implica únicamente eliminar el azúcar o comer lechuga, sino aprender a balancear los alimentos. No solo nos afecta el consumo excesivo de harinas blancas, grasas y azúcares, sino también la falta de variedad en nuestra dieta. Comer siempre lo mismo y no elegir alimentos por su valor nutritivo priva a nuestro cuerpo de los nutrientes esenciales para su correcto funcionamiento.

Además, me preocupa el impacto psicológico que esta narrativa de prohibición puede tener en los niños.

La restricción extrema puede ser contraproducente, especialmente en una era donde las redes sociales imponen estándares irreales de alimentación y cuerpo. Si a esta prohibición le sumamos el bombardeo de mensajes en redes sociales, podemos tener una combinación peligrosa que incluso podría derivar en trastornos de la conducta alimentaria, como atracones o culpa excesiva al consumir ciertos alimentos.

No podemos adquirir un hábito de la noche a la mañana. Para que los niños realmente adopten una alimentación saludable, deben entender que comer un pastelito o unas papas no significa “romper la dieta”. De hecho, si el 80% del tiempo nos alimentamos de manera equilibrada, un 20% de indulgencias no nos hace menos saludables. La clave está en el balance y en fomentar una relación sana con la comida.

Otro punto crucial es el impacto económico de esta medida. ¿Cómo espera el gobierno que funcione esta prohibición en un país donde muchas familias tienen recursos limitados para acceder a alimentos saludables? Llamar “chatarra” a ciertos productos minimiza el hecho de que, para algunas personas, esa puede ser la única comida disponible en la mesa. Es mucho más barato comprar tortillas de harina con frijoles que preparar una ensalada con pechuga de pollo y verduras frescas.

Además, en México, la comida tiene un fuerte componente cultural. Nuestros dichos reflejan esta conexión emocional: “Las penas con pan son buenas” o “Pancita llena, corazón contento”. No solo comemos para nutrirnos, también para lidiar con nuestras emociones, y esto es algo que debemos abordar desde la educación, no desde la prohibición.

Un cambio que debe ser integral

Cambiemos nuestra relación con la comida. Dejemos de ver las hamburguesas, pizzas y tacos como un premio, y las verduras, frutas o jugos verdes como un castigo. La comida no es una recompensa ni un castigo; es energía para nuestro cuerpo y nuestro cerebro. Aprendamos a identificar cuándo comemos por hambre, por ansiedad o simplemente por aburrimiento. Si logramos modificar esta perspectiva, podremos enseñar a los niños a desarrollar una relación más sana con la alimentación.

Además, no olvidemos el papel fundamental de la actividad física. Pequeños cambios pueden marcar una gran diferencia: estacionarse más lejos, elegir las escaleras en lugar del elevador, salir a caminar con la familia. No se trata solo de prohibiciones, sino de promover un estilo de vida saludable desde la conciencia y el equilibrio. Los hábitos no se imponen, se enseñan y se construyen día a día.

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Adriana Carrillo Gutiérrez / Docente

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