¿Por qué no llueve en Juárez? Porque no dejamos crecer árboles

¿Llovería más en nuestra ciudad si hubiera más árboles? Técnicamente sí, pero con matices.
En Juárez no solo escasea el agua: también escasean las nubes. Mientras ciudades como Monterrey y Ciudad de México lidian con tormentas que inundan avenidas, aquí cada gota de lluvia es casi un acontecimiento. Mire, somos una ciudadanía que cuando llueve, abrimos puertas o ventanas para ver caer la lluvia, algo que ni de broma ocurre en ciudades con mucha precipitación pluvial.
Los rezos por agua son frecuentes, pero las decisiones para provocar la lluvia, esas sí que brillan por su ausencia. ¿A escuchado la filosofía popular mexicana que dicta: a Dios rezando, pero con el mazo dando?, porque déjeme le cuento que…
¿Y si el problema no estuviera en el cielo, sino en el suelo? ¿Y si no llueve porque no dejamos crecer árboles? Los árboles generan lluvia, esto no es algo romántico, es física.
La ciencia lo dice sin rodeos: los árboles ayudan a que llueva. No es poesía ni activismo ambientalista. Es física atmosférica pura. Un solo árbol adulto puede liberar hasta mil litros de agua al año a través de la evapotranspiración, humedad que alimenta nubes y activa ciclos de lluvia. Y, sin embargo, Juárez tiene apenas 0.5 metros cuadrados de área verde por habitante, cuando la Organización Mundial de la Salud recomienda nueve. Es decir, vivimos en un desierto… que nosotros mismos seguimos pavimentando.
Mientras más asfalto ponemos, más calor rebotamos hacia arriba. Se crean las llamadas islas urbanas de calor, que no solo elevan las temperaturas hasta 5°C extra en verano, sino que también alejan las nubes. El resultado es un círculo vicioso perfecto: sin árboles, no hay humedad; sin humedad, no hay lluvia; sin lluvia, no hay árboles. Lo convertimos en una profecía autocumplida.
No es una condena geográfica. Ciudades como Phoenix, con clima desértico, han logrado una cobertura arbórea del 10%. ¿Juárez? Apenas alcanza el 3%. Ni siquiera lo estamos intentando.
Y cuando llueve, lo poco que cae no sirve: la tierra está tan seca y compacta que el agua no se absorbe, corre por las calles, colapsa vialidades y se pierde entre las grietas del concreto. Lo que no evaporamos, lo desperdiciamos.
Pero lo más grave es lo que no se ve: el polvo en el aire, las partículas suspendidas que respiramos, el aumento de enfermedades respiratorias, la fatiga crónica por golpes de calor, la ansiedad térmica de no tener ni una sombra que alivie la piel. No es solo ecológico. Es también un tema de salud pública.
¿Qué hacer? Aquí va una propuesta de mínimos, no de máximos:
Que toda obra pública destine un 20% de su espacio a árboles. No jardineras. Árboles que den sombra. Que vivan.
Que cada plaza comercial y nave industrial tenga la obligación de sembrar al menos 500 árboles por hectárea de cemento construida.
Que existan incentivos fiscales reales, como descuentos en predial, para quien plante árboles nativos (mezquite, palo verde, huizache, pino afgano, entre otros) en su patio, banqueta o terreno.
Que se promueva una cultura de “adopta un árbol” en las escuelas, colonias y empresas, con seguimiento, no solo fotos.
Le comento, un estudio de la UACJ estimó que, si nuestra querida ciudad aumentara su cobertura verde en solo 5%, las lluvias crecerían un 15% en una década. No es magia. Es inversión en el futuro.
La invitación va más allá de rezar por lluvia, es integrar al gobierno, iniciativa privada y ciudadanía a una revolución verde, que no sea partidista, sino con visión a una mejor ciudad. Nuestros adultos mayores dicen: Antes llovía más, claro que sí, antes había huertas por la Tecnológico, campos algodoneros, muchos pinos, parques cuidados, hoy nos damos el descarado y criminalizado lujo de arrancar arboles por el Ejército Nacional como si nada pasara.
Reforestar Ciudad Juárez no traerá lluvias torrenciales, pero sí es una medida inteligente para mitigar los efectos del cambio climático local, hacer más habitable la ciudad, y quizá, en el largo plazo, contribuir a pequeñas mejoras en el microclima.
La próxima vez que veamos cortar un árbol para ampliar un estacionamiento o para abrir un paso para entrar en él, piensa en que es así como se seca una ciudad. Porque el verdadero milagro no es que llueva. El milagro será que, por fin, hagamos algo para merecer la lluvia.
César Calandrelly / Analista