Animales sufren estrés anticipatorio en granjas y mataderos

En las granjas, los laboratorios e incluso en nuestros hogares, los animales nos hablan. No con palabras, sino con acciones: caminan en círculos, emiten sonidos repetitivos, se quedan quietos mirando hacia donde saben que vendrá la comida o la compañía. Estas señales, lejos de ser simples manías, pueden ser gritos silenciosos de angustia, y la ciencia les ha puesto nombre: conducta anticipatoria.
Un artículo publicado por los investigadores Spruijt, van den Bos y Pijlman nos lleva a mirar más de cerca este fenómeno que, aunque parece menor, revela mucho sobre el bienestar o sufrimiento de un animal.
¿Qué es la conducta anticipatoria?
Es el conjunto de comportamientos que un animal realiza antes de recibir algo que desea: comida, agua, juego, contacto social. Pero su importancia va más allá. Según el estudio, cuando un animal repite en exceso estos comportamientos o los realiza con una intensidad inusual, está diciendo algo muy claro: no está bien.
La Reserva se distingue por sus impresionantes paisajes, con llanuras que parecen infinitas
Por ejemplo, un cerdo que sabe que le darán alimento a la misma hora cada día puede comenzar a moverse de forma frenética minutos antes. Pero si esa rutina se retrasa o cambia constantemente, el animal entra en un estado de frustración crónica. Esa frustración, según los científicos, puede compararse con el aburrimiento extremo o la ansiedad humana.
Los autores explican que estos comportamientos están ligados al sistema de recompensa del cerebro, particularmente a la dopamina, una sustancia asociada con el placer y la motivación. Cuando el entorno es monótono o impredecible, los animales buscan desesperadamente señales que les indiquen que algo bueno se acerca. Esa búsqueda constante puede convertirse en una fuente de sufrimiento.
¿Y qué tiene que ver con nosotros?
Mucho. Porque esta conducta anticipatoria es especialmente visible en entornos creados por los humanos: granjas industriales, jaulas de laboratorio, zoológicos. Si bien muchas de estas prácticas son legales, la ciencia está dejando claro que pueden causar daño emocional profundo en los animales, incluso si tienen comida, agua y techo.
Los investigadores sostienen que la anticipación excesiva o anormal debe tomarse como una señal de alerta, al igual que lo haríamos con una fiebre o una herida. Es una llamada de atención que exige rediseñar cómo tratamos a los animales.
El estudio también ofrece esperanza. Al mejorar el entorno —con estímulos variados, mayor control sobre el espacio, y oportunidades para socializar—, la conducta anticipatoria se normaliza y los animales muestran señales claras de mayor bienestar.
Los animales no lloran como nosotros, pero sí anticipan, esperan, se frustran y padecen. Lo hacen en silencio, a veces con pasos repetitivos o miradas fijas. El reto, como sociedad, es aprender a escuchar esos comportamientos antes de que el sufrimiento se vuelva insoportable.
Porque cuidar del bienestar animal no empieza cuando vemos el dolor, sino mucho antes, cuando los animales comienzan a decirnos que algo no está bien… aunque lo digan sin palabras.