¿Usted le dice “gracias” a su robot?

¿Le habla con amabilidad a su asistente virtual? ¿Le pide las cosas por favor a Chat GPT, al GPS o a la inteligencia artificial de su preferencia? A veces no sabemos si lo hacemos por educación, por costumbre o por un miedo irracional. Tal vez hemos creado, sin darnos cuenta, una relación casi humana con algo que no lo es. Pero eso es lo interesante, la facilidad con la que humanizamos a las máquinas.
Hace unas semanas terminé de leer Klara y el Sol, la novela del escritor británico Kazuo Ishiguro, quien ganó el Premio Nobel de Literatura en 2017. Esta fue su obra más esperada tras recibir ese reconocimiento, y es un gran ejemplo de por qué un Nobel importa. Porque más allá del renombre, el Nobel no premia solo la calidad literaria, sino que también establece ciertos parámetros sobre lo que vale la pena leer, discutir y pensar. Reconoce obras que abren temas urgentes y nos invitan a conversar desde otros ángulos.
La propuesta de Klara y el Sol plantea una pregunta cada vez más difícil de evitar ¿cuánta autonomía y cuánta humanidad estamos dispuestos a concederle a las máquinas?
Los Premios Nobel se otorgan desde 1901 en diversas disciplinas, incluida la literatura. El Nobel de Literatura no solo destaca a autores, sino que muchas veces marca el tono de las preocupaciones culturales de una época. Por eso no es menor que Ishiguro haya sido reconocido, ni que haya elegido escribir sobre inteligencia artificial.
Klara, la protagonista de la historia es una AA, una amiga artificial, creada para acompañar a niños y adolescentes. Observa así el mundo con atención, aprende de lo que la rodea, intenta entender a los humanos, y lo logra tan bien que como lectores nos encariñamos con ella. Nos preocupamos por su bienestar. Olvidamos que no es humana. Y ahí surge lo inquietante, ¿por qué sentimos ternura por un robot? ¿Por qué creemos que “la está pasando mal”, si en teoría no puede sufrir?
La historia no transcurre en un mundo futurista, ni alejado de la realidad. Es una sociedad muy parecida a la actual. No hace falta ser experta en tecnología para entenderla. Basta con tener un celular, interactuar con algoritmos todos los días, y saber que vivimos rodeados de sistemas que aprenden, registran y responden. El libro no habla de un mañana lejano, habla del ahora, pero desde un lugar distinto.
Y ahí es donde entra la literatura.
Leer puede parecer innecesario cuando todo apremia. Pero ese gesto nos ofrece perspectivas que no tendríamos de otra forma. La inteligencia artificial suele parecer un tema exclusivo para programadores o científicos. Pero a través de un cuento, una novela, un poema, podemos acercarnos desde lo emocional, desde lo humano. Podemos entender mejor algo que nos atraviesa, aunque no lo dominemos.
Hablar de esto es de interés público, porque hoy los centros de datos son materia prima estratégica, recursos esenciales para la economía y la sociedad, y se han convertido en unidades de información que articulan nuestro día a día. Representan una infraestructura de gran importancia geopolítica. Y nunca está demás recordar que todo es política cuando ejercemos el pensamiento crítico.
Klara y el Sol no nos explica cómo funciona la inteligencia artificial. Nos muestra cómo nos relacionamos con ella. Y eso puede ser aún más revelador.
Por eso hay que defender lo “innecesario”, como herramientas para comprender lo duro, lo lejano, lo incomprensible. La lectura no es un lujo, sino una forma de afinar el pensamiento. De enfrentarnos a lo que viene que ya está acá con una mirada más compleja, más empática, y más despierta.
Queda de usted seguir dirigiéndose a la inteligencia artificial con amabilidad, si lo hace porque cree que ella lo merece o porque, en el fondo, sentimos ternura por un robot. Pero eso está en usted, y es algo que no puede separar de su lado humano, el impulso de tratar con amabilidad a quien tiene enfrente, sea quien sea.